Esta victoria alada es un símbolo
muy importante no solo para los habitantes del DeFectuoso sino para todos los
mexicanos, y los habitantes de las Colonias Juárez y Cuauhtémoc tenemos el
orgullo de tenerla en nuestro barrio.
“El Ángel”, como coloquialmente le llamamos es
a mi parecer la imagen icónica de la Ciudad de México, porque representa no
solo la victoria de nuestro pueblo por la independencia, sino la aspiración de
construir una sociedad mejor. ¿Quién no sueña en volar, en ascender, ir más
allá de dónde está? Para mí eso es El Ángel, el recordar a los que lucharon por
un ideal colectivo pero a la vez, el símbolo de un pueblo que está en continua
construcción hacia un estadio mejor.
Su historia es más larga de lo
que pensamos, pues la idea de construir el monumento a la Independencia Nacional
tuvo varios intentos. El primero fue inmediatamente después de su consumación por
Iturbide en 1821, pero como paso varias veces, la coyuntura política, económica
y social no permitió materializar el proyecto.
En 1843 con el Gral. Antonio
López de Santa Anna como presidente, se convocó a un concurso para elegir el
mejor proyecto artístico el cual se asentaría en la Plaza Mayor de la capital,
el ganador fue el arquitecto de la Academia de San Carlos Lorenzo de la Hidalga
(una de sus más grandes obras es la iglesia de
Santa Teresa la Antigua, hoy centro Cultura Ex Teresa en la calle de de Lic.
Primo de Verdad cerca del Templo Mayor) con un proyecto de una columna rematada por una
victoria alada y tres grupos escultóricos en su base, uno sobre el inicio de la
independencia con Hidalgo, otro sobre la consumación con Iturbide, y el tercero
sobre la defensa contra el intento de reconquista española de 1829 con el mismo
Santa Anna como héroe.
Precisamente el 16 de septiembre
de ese 1843 se puso la primera piedra al monumento, pero nuevamente por
problemas políticos, pero sobre todo económicos se suspendió la obra, al llevar
solamente un metro y medio del “zócalo” es decir la cimentación, el cual se
quedó abandonado por varias décadas, razón por la cual la gente de la ciudad
empezó a llamar a la Plaza Mayor como “El Zócalo”, en lugar de Plaza de la
Constitución como se le había nombrado tras la jura de la Constitución de Cádiz
de 1812.
Tras la derrota en la invasión
yankee de 1846-1848 y la imposición del imperio de los Habsburgo por Francia,
Maximiliano (irónicamente) convoca el 16 de septiembre de 1865 a un nuevo
concurso para erigir el monumento a la independencia, el cual lo ganó Ramón Rodríguez
Arangoity, y fue la emperatriz Carlota quién colocó la primera piedra, pero
obviamente el proyecto no paso de eso debido a la situación de resistencia y
posterior triunfo de la República en 1867.
Al restaurarse la República
liberal, y dado que el Estado estaba quebrado por la guerra, no se avanzo en el
proyecto de la columna, pero sí en arreglar y engalanar lo que durante el
Segundo imperio se llamó “El Paseo de la Emperatriz” renombrándolo como “Paseo
de Degollado” por el héroe de la guerra de Reforma Santos Degollado,
afortunadamente en el gobierno de Porfirio Díaz se le cambia el nombre por el
de Paseo de la Reforma como aun permanece.
Para 1886, a veinticuatro años de
la celebración del centenario, se convoca a un concurso internacional para construir
un monumento a la independencia, pero ahora en una de las glorietas del Paseo de la Reforma, el cual ganó la firma
estadounidense Cluzz and Shultze de Washington, D.C. En enero de 1887 el
gobierno resuelve posponerlo, por lo que esta empresa vende al gobierno sus
derechos, retirándose de la construcción.
Entre 1889 y 1902 se llevó a cabo
la primera etapa de ornamentación del Paseo de la Reforma, en la que se colocan
36 estatuas de héroes patrios donadas por 17 Estados de la Federación en cada
acera del Paseo, las cuales están intercaladas por jarrones de bronce del
escultor Gabriel Guerra, además en ese periodo se empiezan a urbanizar los
terrenos adyacentes de esta avenida, siendo la Colonia Americana, llamada
Juárez en 1906, la más beneficiada de esta nueva etapa de paz y desarrollo en
la Ciudad de México.
En 1891 la entonces Secretaria de
Comunicaciones y Obras Públicas a cargo del Gral. Francisco Z. Mena se encarga de la obra integral del Paseo ya considerando la obra
cumbre de la Columna de la Independencia en la glorieta que desembocaba de la calle
de Florencia de la colonia americana, pero es hasta 1900 que se nombra al arquitecto
mexicano Antonio Rivas Mercado como encargado del
proyecto, mismo que designa al escultor italiano Enrique Alciati para
la realización de las esculturas y bajorrelieves, y al ingeniero Roberto Gayol como responsable de la obra civil.
El proyecto contempla una columna honoraria rematada con una estatua de
la Victoria Alada sosteniendo una corona de laurel y una cadena rota de tres eslabones, esta columna a su vez
sobre un pedestal escalonado completado por
diferentes estatuas e inscripciones alegóricas a la independencia de México.
Las obras de cimentación iniciaron
el día 2 de enero de 1902, el
Gral. Díaz colocó la primera piedra así como una capsula del tiempo, (cofre dorado con una reproducción del acta de
independencia y una serie de monedas de cuño corriente de la época). Pero en
mayo de 1906, cuando ya se habían construido las bases de hormigón y se habían colocado
unas 2.400 piedras con una altura de 25 mts. fue notorio el
hundimiento de uno los lados del monumento, por lo que se determinó que los
cimientos del monumento estaban mal planeados, y se decidió demoler lo ya construido.
Los trabajos
se reiniciaron el 13 de junio de 1907, se aprovecho la demolición para hacer
los estudios de suelo necesarios para calcular y construir los nuevos
cimientos. Para esto se usó el método de pilotes de hormigón con punta, que se
hincaron con un martinete de vapor que enterraba los pilotes con un
émbolo de una tonelada de peso, siendo una de las primeras obras en la ciudad
con este tipo de cimentación, ya que hasta entonces se usaban pilotes de madera
que no alcanzaban mucha profundidad.
A
diferencia del monumento del Bicentenario, el del Centenario se entregó en
tiempo y forma para que el 16 de septiembre de 1910 el
presidente Porfirio Díaz llevara a cabo la
inauguración oficial como el acto principal de las fiestas de los 100 años del
inicio de la guerra de independencia, con un costo para la época de
2.150.000,00 pesos.
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